viernes, 5 de mayo de 2017

Un algo

Recuerdo còmo lucìa la recàmara...  Con la luz apagada, un poco de claridad en el contorno de las siluetas, con el closet de frente, un cuarto de unos tres por tres metros, recuerdo apoyar los brazos en forma horizontal sobre el barrote de madera, para luego subir una pierna y brincar el cuerpo del otro lado, recuerdo quedar colgada de brazos por un momento; lo que no tengo claro es si deslicè las manos por los barrotes hasta tocar el suelo con los pies o haber soltado las manos para caer de un brinco como de un tercio de mi estatura al suelo. En fin, una vez en el suelo, apoyada con las rodillas y manos, avancè hacia la puerta abierta que se encontraba en el muro izquierdo haciendo esquina con el closet. Me detuve frente a la puerta y regresè la mirada para inspeccionar el tramo recorrido,  afuera en la sala, la luz aùn estaba encendida, esa actividad nocturna de deambular cuando la casa estaba bajo el sosiego de la noche  aunque sentìase como madrugada por la quietud y la ausencia de sonidos y movimientos;  representaba todo un misterio de percepciòn y del despertar de una conciencia extraña. Era un mirar como en el ensoñar, como quien solo observa sin pensar, y al mover los ojos de lugar todo parece nuevo. 




En esa sala iluminada amueablada con un par de sillones y una mesita de centro que lograba ver desde dentro del cuarto, vi a lo lejos un algo que anteriormente no estaba ahì, mas puedo asegurar que tampoco lo vi aparecer, un algo que tenìa el color que algunos cientìficos dicen que no existe, que solo es un capricho de nuestro cerebro al mezclar el violeta con el rojo; este algo era una esfera color rosa. Comenzò a moverse en una lìnea recta directa hacia mì y mientras se aproximaba muy lentamente, pude ver con màs detalle que esta esfera estaba formada de una especie de tentàculos firmes y picudos, que similar a las arañas, cada uno de estos espinos rosas del tono de una pelota, se movìa de forma independiente libre de patrones. Cada espino se movìa segùn el antojo de su propia naturaleza, ese movimiento atrapaba mi total atenciòn. En contra de toda lògica en una casa citadina, con ese algo de ese color tan fantasìa, con movimientos que recordaban lo vivo de este organismo, tal como se moverìa un erizo en el fondo del mar. Dejando atràs la sala para quedarse a unos cuarenta centìmetros de mì y de pronto nada, de pronto hay un grave corte en la memoria, no es un olvido, es un cambio brusco como cuando uno reparaba la cinta de un cassette recortando el trozo dañado, de forma abrupta falta un pedazo, falta la secciòn de què sucediò despuès, si se acercò, se alejò, desapareciò, si me fui a dormir. Simplemente nada...

Varias noches despuès, con el ùnico propòsito de disfrutar esta alteraciòn de conciencia producida por la quietud noctura, luego de llevar a cabo el mismo procedimiento de fugarme de aquellos barrotes para llegar a la puerta que esta vez estaba cerrada, al poco tiempo de haber llegado a recargar la mejilla y la sien por abajo, en la abertura, pronto aparecieron un par de piernas caminar hacia la puerta, una inhalaciòn y contuve el respiro por un momento para lograr incorporarme y quedar detràs de la puerta al momento que esta se abrìa.

La puerta se abrìo al tiempo que se entrecerrò y una expresiòn femenina de asombro, escasamente preocupada (para mi decepciòn) al no encontrarme donde me habìa dejado en el lugar alto bien custodiado por esos barrotes, girò de inmediato la mirada y como si estuviese ya muy segura de dònde yo estaba, aliviada se inclinò para rodear mi cintura con su brazo y llevarme de regreso, en ese que se convertìa en mi lugar durante la noche, recostè la cabeza en la almohada y sin entender una sola cosa de lo que ella decìa, me quedè boca arriba para recibir la mamila tibia.

Karla Kalobish.





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