En mis ùlimas vacaciones largas, recièn llegados a aquel manglar en Tulum, que se sentìa muy virgen aùn, por estar rodeado de tan espesos mangles, hubo un momento en donde estábamos todos afuera, parados en el caminito de madera, disfrutando del momento, del paisaje, del cielo nublado y del agua tan cristalina, que cuando veìas de cerca, podìas ver el suelo y los peces.
De
pronto apareciò una pitbull blanca, un poco ansiosa, sin correa ni
humano acompañándola, recorriendo el lugar estrecho en el que estábamos parados, pasándonos muy cerca por entre las piernas. Mi
estima por los perros y animales en general tratò de apaciguar mi
instinto de alerta ante su presencia imponente y desconocida. Uno de los chicos con quienes ìbamos dijo: "Que ni la vea Lida" (insinuando el miedo que
ella sentirìa) quien por cierto, ya la habìa notado pero aùn asì, estaba actuando muy calmada. Ese comentario y el sosiego auto obligado al
que se sometìa Lida, reactivaron en mì el instinto de alerta y fue
ahì donde me di cuenta de lo peculiar de aquel momento... se estaba
formando a la par, desconozco si como reflejo o como coincidencia
bilateral, pero lo que pasaba en mi mente o dentro de mì, Lida lo externaba y esas voces con distinta opinión que en mi mente
aparecen cuando de tomar una decisión se trata, equivalìan al par de
chicos que comenzaron a hablarle a Lida acerca del incidente de la
perra, de la misma forma en la que mis voces internas me hablaban. Lida y yo eramos las protagonistas, solo que yo estaba detràs, como
espectador de una funciòn, como quien puede observar su propia
tragedia puesta en escenario montada con distintos actores.
Pese
a la actitud "controladamente tranquila" de Lida respecto a
la perra, internamente me encontraba igual "controladamente
tranquila", el miedo era algo latente que tocaba fuerte la puerta
pero a quien no le prestaba oìdos, cuando al momento en mì y
en el mundo de Lida, la voz de uno de los
chicos y una voz de mi mente al unìsino dijeron: "lo que pasa es que tiene miedo a sentir
miedo", Lida y yo asentimos inmediatamente, ella con su cabeza y
sus palabras y yo sin siquiera despegar los labios. En Lida
y en mì, pasò a segundo plano el miedo por la perra. Finalmente reconocimos que el miedo a sentir miedo era lo que màs nos
inquietaba... (¡Pero què
cosa tan tonta! que lo que te lleve al error no sea ya un miedo bien
determinado sino el miedo a tener miedo).
Meses
despuès y apenas y sospecho còmo actuar en una situaciòn similar.
A
veces, lo que inquieta es el miedo a sentir miedo, un ataque clàsico
de las personas que creen que todo pasa porque lo pensamos, asì que
a veces cuando el miedo a sentir miedo aparece, me detengo un poco a
mirarlo de frente y a decirle, que es una experiencia humana sentirlo, me doy la oportunidad a reconocer su apariciòn (incluso cuando no es algo que lo amerite) y le hago saber, que aùn asì, no es
èl quien manda. Como leì por ahì de la Patoni, cuando Dios le
contesta a la pregunta del ¿
por què a veces aùn cuando pienso y deseo fervorosamente una cosa,
la mente no la genera? y èl responde algo asì como que nuestro grado
elevado de consciencia sabe mejor lo que nos conviene, hay cosas que
por un decreto mayor a la mente inferior, pasaràn o no pasaràn. Entonces, al diablo! vencì mi miedo al tener miedo y me liberè, lo presentè ante mì y ante mis voces, lo reconocì tan natural como lo es que una perra te arranque un pedazo de pierna porque le vale madres si le tengo miedo a ella o al miedo mismo, si confìo en mi divinidad o no, si yo soy mente o no, ella es tan natural en su propio mundo y yo no puedo controlarlo!
Se trata de confiar sin esperar.